En Berkeley, California, una pequeña ciudad universitaria junto a San Francisco, entrevisté a Robert Hass en su despacho de la universidad. El encuentro, que debía durar unos cuarenta y cinco minutos, se extendió por más de dos horas, hacia el largo crepúsculo californiano. Con una voz pausada y suave, pero a la vez apasionada y firme, me regaló una muestra de su vasta erudición en materia poética, estableciendo relaciones lúcidas e impensadas a lo largo y a lo ancho de la tradición de Occidente y Oriente, y me deslumbró recitándome de memoria poema tras poema. A pesar de la fascinación, que me hizo olvidar fotografiarlo, me complace haber logrado mantener a raya sus constantes intentos por transformar la entrevista en un ecuánime diálogo.